Julio Martínez Mesanza, el premio Nacional de Poesía al que canta Loquillo: "Ha habido un borreguismo intelectual muy grande con la Leyenda Negra de España"

La adaptación musical del poemario 'Europa', escrito entre 1983 y 1990 y considerado un título de culto, invita a redescubrir a su autor. "Soy el primer sorprendido de que estos poemas tengan ahora algo que decir a la gente", reconoce

Sucedió en 2014. Dos amigos se citan. Charlan. Probablemente, brindan. El poeta le descubre al músico un libro que no es sólo un libro. Es un pequeño milagro en las letras españolas contemporáneas. Es un eco de aventura al que su autor ha dedicado más de 15 años. Es, ante todo, un legado palpitante que se resiste a ser mausoleo.
Los amigos se llaman Luis Alberto de Cuenca y José María Sanz, Loquillo. El libro que el primero anima al segundo a convertir algún día en disco se titula Europa. Lo publica una editorial que hoy sólo se recuerda en librerías de viejo. Incluye versos que remiten al tiempo de las Cruzadas y a la antigüedad grecolatina. Parecen dictados por un oráculo sin fiebre. Valores. Tradición. Conflicto. Invitan a viajar lo más lejos que se puede: al interior de uno mismo.
"Su lectura me voló la cabeza. Al toque, llamé a Gabriel Sopeña para ver si el proyecto era de su interés y adaptar a distintas músicas los textos elegidos", admite el Loquillo de 2025. "Me pareció una voz originalísima y única porque se alejaba de todos los tópicos de la modernidad y, por eso mismo, era más moderna que ninguna", añade igualmente en tiempo presente De Cuenca, a la vez editor de la obra original. "También me gustó la filosofía que subyace en esos poemas. El mundo de las Cruzadas y de la Edad Media siempre me habían fascinado. De algún modo, Julio se presentaba como un hermeneuta de lo caballeresco-medieval".
Europa -el álbum- acaba de aparecer con formato LP en un vinilo de color blanco de edición limitada (Warner). Europa -el libro- reclama la voz de quien lo dio al mundo por primera vez en 1983 y otras tres ocasiones más hasta 1990. Hasta que se convirtió -lo era ya desde su origen- en obra de culto. Por alusiones, Julio Martínez Mesanza.
"Soy el primer sorprendido de que estos poemas tengan ahora algo que decir. No sé a qué achacarlo. Hay mucho de casualidad en la forma de llegar a los lectores", confiesa. "A veces, inconscientemente, tocas ciertas teclas. Creo que la mayoría de los poetas son mejores que yo. Estoy convencido de que la mayoría son también más inteligentes. Y puedo asegurar que la mayoría trabaja más: tengo una obra corta, no he escrito con intensidad. ¿Por qué entonces, sin haber puesto más que el resto, he conectado con un público muy reducido pero fiel? Es un misterio. Aunque pueda sonar raro a los oídos modernos, yo lo achaco a un don que viene de Dios. A unos se les concede el mejor de los dones: el de ser buena persona. A otros, los artesanos, el don de hacer maravillas con las manos, algo que envidio. A mí, el don de escribir poemas que por alguna razón llegan al lector. Lo agradezco".
Martínez Mesanza obtuvo en 2017 el Premio Nacional de Poesía, pero todavía es considerado un poeta secreto. Algo así como el Salinger español del endecasílabo blanco, quizá por su escasa exposición pública y su casi invisibilidad mediática. En internet se pueden encontrar más análisis de su obra que entrevistas. "El poeta ha de tener la misma dimensión que la poesía en la sociedad, y ésta es muy reducida. Dicho esto, tampoco he sido muy solicitado...", explica quien a sus casi 70 años -los cumple en septiembre- parece haber gastado varias vidas.
Se licenció en Filología Italiana en la Complutense de la Transición tras empezar Filosofía. Tradujo a Dante, Moravia, Sannazaro, Foscolo. Asesoró a Siruela siempre que entre letras destellaba un yelmo. Trabajó en las tres grandes instituciones culturales de este país: el Ministerio del ramo, el Instituto Cervantes -dirigió los centros de Lisboa, Milán, Túnez, Tel Aviv (en dos etapas) y Estocolmo y, además, fue director académico de la sede central- y la Biblioteca Nacional. Ahora ya está jubilado. Lee. Acude a algunos congresos. Ve documentales en YouTube. Juega al ajedrez online. Sigue los partidos del Atleti. Fuma. Bebe cerveza. Y responde de Europa, que entregó a un imprenta de Ocaña (Toledo) hace 40 años con apenas 14 poemas. Fue lo primero en lo que estampaba su nombre.
En Es poder una torre sobre rocas escribió: "Tiene el poder severos escenarios/ e implacables sirvientes silenciosos./ Poder arroja infamia sobre el tibio/ y no acepta en su guardia a los neutrales.
En Después de Hattin: 'Para nada me sirve mi armadura/ si la vida me niega tu presencia/ y sé que inútil es mi cobardía.
En Ceremonia: 'Prepara siempre el último combate,/ no importa que después sigas luchando.
- ¿Dónde nace su interés por la historia en su acepción más humanamente pasional y guerrera?
- Desde pequeño, y hasta cierta edad, leí mucha más historia que poesía. En casa había buenos libros. Estaba, por ejemplo, la Historia universal de Jacques Pirenne. He leído sobre la Antigüedad y la Edad Media, pero también, y con fruición, a los historiadores griegos y romanos: Tucídides, Heródoto, Tito Livio, Tácito... Me han definido algunas veces como poeta épico, pero lo que hay detrás de mi poesía es la historia. Hacer poesía épica del siglo XX es absurdo. La épica son grandes tiradas de versos sobre los mitos fundacionales de los pueblos, y en mis poemas no hay eso. Lo que sí hay son elementos de la épica, como las espadas, y de lo que considero épica moderna. Debo de ser de los pocos poetas que emplean el carro de combate o la artillería como símbolos.
- ¿Cómo se recibió la primera edición de 'Europa'?
- Bien. No tuvo demasiadas reseñas, pero todas fueron bastante favorables, quitando alguna más tibia. Me sirvió para aparecer en bastantes de las antologías que se hicieron en la época. Entonces, si no salías en ninguna, malo; yo tuve la suerte de aparecer en tres o cuatro de las más interesantes. Fue también la época de la polémica entre la poesía de la experiencia, que habla de la vida, y la poesía del silencio, más reflexiva. A mí, por los círculos en los que me movía, me colocaron en la primera. Pero mi poesía no tenía nada que ver ni con unos ni con otros. Fueron años muy ricos aquéllos de la primera Europa, con poemas que continúan en la segunda Europa (1986) que publica Renacimiento. Entre medias, la experiencia del servicio militar, que hice tardísimo, al acabar la carrera, con 27 años.
- ¿Dónde lo hizo?
- En Pamplona. El servicio militar es una experiencia dura, pero recomendable. Por la mañana hacía los trabajos habituales; por la tarde, al ser licenciado, me dijeron que llevase la biblioteca. Tenía tiempo para leer y escribir. Varios poemas que aparecen en la segunda edición están escritos durante la mili, como San Luis, Egisto y De Amicitia. Había publicado otro en el 83, el primero del que quedé contento, titulado Mueren caballos en combate. Me mandaron a artillería a lomo, y allí todo eran mulos y caballos. Conviví con los animales después de haber escrito sobre ellos. Vi a los jinetes y yo mismo lo fui también. De ahí salió San Luis. O sea, que le estoy muy agradecido a la mili y a Pamplona.
- ¿Tiempos ásperos como los actuales, con guerras, virus y gritos, conectan de alguna forma con el espíritu de 'Europa'? O al revés, ¿cree que sus poemas ayudan a entender mejor la época en la que vivimos?
- Son un reflejo de la época que vivimos y de todas las épocas. El otro día leía unas páginas de Joseph de Maistre, el filósofo y político reaccionario francés, en las que documentaba las guerras que se habían librado desde no recuerdo qué emperador hasta la Revolución Francesa, que vivió en primera persona. Naturalmente, a la guerra le volvemos la espalda, porque es terrible. Pero por mucho que le volvamos la espalda, está ahí, es una constante en la historia. Yo no traigo nada nuevo a la poesía por hablar de la guerra. Sí que me sirve como símbolo de un conflicto que va más allá. Aunque no haya guerra, siempre estamos en conflicto con algo. Y, sobre todo, estamos en conflicto con nosotros mismos. Ése es quizá el mensaje que transmite mi poesía, si es que transmite alguno. Ahora mismo todo son guerras, y muchas además no aparecen ni en los medios. La gente se mata y no siempre es noticia, porque se mata en rincones lejanos.
- ¿Le interesa la acepción contemporánea de la guerra?
- Muchísimo. Tanto en lo que tiene de humano y de político, sus causas, como en su desarrollo técnico. Hay un libro esencial, Tempestades de acero, de Ernst Jünger, que da cuenta de la industrialización de la guerra. Es algo de lo que ya había habido avisos en la Guerra de Secesión y en las Guerras Napoleónicas, pero en el siglo XX eso ya se produce a gran escala. Todo eso me interesa. Ahora, con los drones, un gran flota es vulnerable.
- ¿Hay poesía en un dron?
- A la artillería y al carro de combate se la he sacado. Al dron no sé... Quizá dentro de 20 años alguien se la encuentre.
- Algunas voces intentaron hacer de menos a 'Europa' calificándolo de libro belicista. El catedrático Armando Pego Puigbó constata que se le puso alguna etiqueta gruesa. Cito textualmente: "Como si sus poemas pudieran ser tachados de patrioteros, fascistoides o retrógrados". ¿Le sorprendió que se interpretasen en clave política? ¿Le afectó de alguna manera?
- No lo deseaba, aunque de alguna manera lo esperaba. Si tus poemas tienen ese trasfondo sabes que puede pasar algo así. Es un juego al que tú a lo mejor no querías jugar, pero has puesto las cartas en la mesa. Es verdad que se decían palabras gruesas en los 80 y 90, cuando aquello sí que tenía un significado fuerte. Ahora que con tanta facilidad se dice lo de facha o reaccionario, veo que ya no sólo le toca a mi poesía, sino a la mitad de la humanidad... Nadie admite que las críticas -en este caso políticas- que le hagan a su poesía sean justas. Yo pienso que no lo eran. Es una poesía donde hay imágenes bélicas, pero en la que están los vencedores, los vencidos, los humildes, los orgullosos... No son poemas escritos para festejar el triunfo de nadie. Trevor J. Dadson, el hispanista británico tristemente desaparecido en 2020 y que dedicó algún estudio a mi poesía, vio que en el fondo reflejaba la épica de los vencidos.
Luis Alberto de Cuenca vivió cerca de Martínez Mesanza aquella campañita. "Me indignó, pero no me sorprendió viendo como en España se ha confundido y politizado todo de una manera tan estúpida", valora. A Loquillo, que lo ve en retrospectiva, tampoco le sorprende: "Los mercenarios de lo políticamente correcto afilan sus cuchillos. Son los de siempre". En la adaptación musical de Europa, en cualquier caso, apenas hay resonancia militar de tambores. El autor de Cadillac solitario, Sopeña y el productor Josu García proponen más bien un recorrido por los mil caminos del rock sureño. Como si el viaje original a Atenas, Roma y Jerusalén discurriera ahora por la Ruta 66.

- Hace sólo unos días, en el discurso con el que recogió el Premio Cervantes, Álvaro Pombo destacó: "Ahora nadie se bate en duelo por su honor, ni por el honor de España ni por el del Tato. Nos hemos convertido en 'influencers' y mercachifles". ¿Comparte esa reflexión?
- Tenía razón absolutamente en todo. No ya en lo de batirse en duelo, sino en sentir un poco a España, que es visto como una cosa de viejos nostálgicos... Deberíamos estar orgullosísimos de nuestra historia. Incluso en las horas que se pueden considerar más oscuras, España dio un ejemplo mucho más positivo que el de otros países. La conquista [de América], con los errores y la violencia, fue ejemplar comparándola con las conquistas que llevaron a cabo otras naciones. Se dice que los españoles se llevaron el oro, pero el oro también está allí: en las universidades, en las catedrales e iglesias... Pienso en todo lo que la cultura de los virreinatos le dio a España en música o en poesía, con Sor Juana Inés de la Cruz... Estoy orgulloso de ser español, entre otras cosas, por los siglos de América.
- Fahmi Alqhai, director del Festival de Música Antigua de Sevilla, dudaba hace unos días en estas páginas de si la Leyenda Negra es una invención foránea o autóctona.
- Ha habido un borreguismo intelectual muy grande a propósito de la Leyenda Negra. Hemos hecho demasiado caso a un par de propagandistas extranjeros. Yo puedo admitir que digan que esto o lo otro fue malo, pero que me digan también lo bueno. Y luego, lo malo de los demás. Parece que los españoles hemos ido de pecadores por el mundo, y no fue así.
- En respuesta al discurso de Pombo, el Rey de España subrayó: "Vivimos días inciertos que piden claridad; días duros -y para muchos, aciagos- que demandan bondad; días de confusión que reclaman verdad".
- Me sonó no sólo muy acertado, sino también muy valiente. Lo que reclama este tiempo y cualquier otro es verdad. Vivimos tiempos bastante peligrosos para la libertad de expresión y hay que tener el valor de decir las cosas. "Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca", escribió Quevedo.
- ¿Vivimos tiempos de héroes que son víctimas, de víctimas que se sienten héroes o ninguna de las dos cosas?
- Aunque no lo veamos en el día a día, sí que hay actos heroicos y gente que lleva en silencio una vida heroica. Las víctimas injustas también merecen el calificativo de heroicas. Pero lo que vivimos es una época de victimismo superficial y no provocado por ningún victimario. Se ha puesto de moda ser víctima, cuando una víctima es algo muy serio. Es alguien al que se le arranca la vida de cuajo. La víctima va al altar del sacrificio metafórica o realmente. Demasiado victimismo conduce al wokismo.
Confiesa Martínez Mesanza que, de toda su producción, se queda con Las trincheras (Renacimiento, 1996). Supuso un punto y aparte respecto a Europa y la bifurcación de su profundo lirismo hacia lo religioso. Con Gloria (Rialp, 2016), la obra que le reportó el Premio Nacional, ensanchó dicho registro para hablar de gracia, fe y mérito. En eso también es un autor a contracorriente. Igual que en el rechazo a la metáfora y el arcaísmo, aunque el paisaje de sus páginas más celebradas esté sembrado de torreones.
- ¿Qué impacto tiene escribir sobre la Virgen María en nuestra era?
- No lo sé. A ciertos lectores les debe de parecer una extrañeza tremenda. Para mí es es algo natural. Prácticamente en todos mis libros hay alguna alusión cristiana o un poema mariano. A veces apetece Tucídides y otras, la Virgen. Dicho esto, mi poesía no es confesional ni mucho menos. También tengo poemas que creo que escandalizarían a algún cristiano. Son versos que a lo mejor tienen fe y esperanza, pero a los que les faltan caridad. Lo que nunca he pretendido es hacer poesía de santos. Si me dirijo a la Virgen es como pecador, no como buena persona ni mucho menos. Además, tampoco he sido mucho de poesía mística. La mía es, en realidad, bastante realista y castellana, en el sentido de tocar las cosas.
- ¿Intentar epatar a toda costa o resultar críptico ha sido un vicio de la poesía española?
- Lo ha sido. Y también pensar que en lo críptico hay profundidad. Todo eso es absurdo. La filosofía más profunda es la más clara.
- ¿Qué brújula ofrece la poesía en 2025?
- Eso tiene que quedar en la intimidad de cada cual. La poesía clásica es un bien cultural al que todo el mundo tiene que tener acceso. Pero una vez que eso ya ha sido satisfecho desde el punto de vista educativo, si no te gusta la poesía, no te empeñes, no pasa nada. No creo que la poesía cambie el mundo. Puede cambiar a las personas, pero más el ánimo que el interior de las personas. Puede darte entusiasmo en un momento dado o, lo que es peor, añadir más tristeza. Pero esto no te hace mejor o peor. La poesía y otras actividades artísticas están llenas de monstruos: mira los nazis. Indudablemente, la poesía enriquece, y ser rico intelectual y sentimentalmente es bueno. Pero no cambia el mundo. Mira que me gusta Gabriel Celaya, del que estoy ideológicamente a un mundo de distancia, pero no: la poesía no es un arma ni está cargada de presente o de futuro.
- ¿Qué balance hace ante el camino recorrido y el que queda?
- Uno cree siempre, y en mi caso estoy seguro, de que podría haber hecho más. Mejor, no sé, pero más sí. En algunos momentos he tenido una relación demasiado amateur con la poesía. Sé que he traicionado el don del que hablaba antes. Muchas veces he sido un poco indolente y he creído que era mejor leer, ver un partido o tomar una copa con amigos que ponerme a escribir. Por el camino se habrán perdido muchas cosas... Hay gente que a los sesenta y mucho o a los setenta y pico escriben más que nunca. En mi caso, noto que se va apagando ese fulgor juvenil. Eso no va impedir que escriba los poemas que el tiempo y Dios me concedan hacer, los que sean. Cuando sabes que viene un poema verdadero, tú estás lleno de entusiasmo, estás vibrando, te repites en cada verso. Se convierte casi en algo físico. Caminas como una pantera encerrada de aquí para allá. Y eso, ya digo, lo voy dejando de sentir.
- ¿En qué está trabajando ahora?
- Tengo como que 10 o 12 poemas inéditos. Es decir, la mitad de un libro más o menos. Al menos de los míos, que no son muy extensos. He ido publicado cada 10 años. A este ritmo, debería tenerlo terminado para 2026, pero...
- ¿El autor de 'Europa' como ve el presente y el futuro del continente?
- Muy desilusionado. Hace 20 años, cuando se habló de eliminar la referencia a las raíces judeocristianas de la Constitución Europea, ya a algunos nos escamó un poco. Luego vimos que querían que funcionase sólo como ente económico. Pero es que ya ni eso. Europa se pega tiros con la desaparición de la gran industria y la cantidad de regulación que hay. ¿Qué narices hacemos quitando olivos de Jaén y llenándolo de plaquitas? Si reniegas del pasado común y de lo que ha propiciado ese pasado en común, que es una economía fuerte, apaga y vámonos. El futuro de Occidente, aunque desde aquí nos parezca mentira, está en la América hispánica. Con el tiempo...
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